SALUTACIÓN DEL VINO NUEVO

LAGAR CAÑADA NAVARRO

SIERRA DE MONTILLA

  

SALUTADOR:

MANUEL JIMÉNEZ DEL PINO

Cofrade Envero

                                                Dedicado a mi familia y en especial a mi tío Santiago, que tanto me ha enseñado.

Sr. Comendador, Hermanos Cofrades Mayores, Hermano Mentor, expectante e inquieto Cencerrón, amigos y sobretodo querido vino nuevo que nos rodeas en esta “Bodega de la Ele” del “Lagar de la Cañada Navarro”, situado en los emblemáticos y nobles pagos de la Sierra de Montilla.

 No puedo disimular que es para mí un honor, creo que prematuro, haber sido designado por mi buen amigo el cofrade Trujal para dar la bienvenida, en nombre de La Cofradía de la Viña y el Vino de Montilla, a esta nueva cosecha de 2002. Los que bien me conocéis sabéis que a mi me gusta hablar un poco, pero mis dotes literarias son más bien discretas. No obstante, espero suplir esas deficiencias con el respeto, la admiración y también la devoción que siento por tí, querido vino nuevo, sangre que fluye, año tras año, por las venas de ese, como dice mi hermano Santiago, verdadero corazón de la Sierra de Montilla que son sus lagares cuyos latidos, por desgracia, van languideciendo año tras año.

Pero antes de saludarte permíteme una despedida, porque creo que es justo rendir hoy también homenaje a un lagar que, como su dueño, ha dejado de existir. Me refiero al “Lagar de Papambo” y a Ángel Espejo Delgado, que ha muerto sin sucesión en el Lagar, sin que nadie continúe con su labor. El año pasado, sin saberlo, nos despedimos de ambos en la Ruta de los Lagares de la Sierra de Montilla, en la que, como siempre que le requerimos, nos ofreció lo mejor de él y de su casa. Te deseo que estés en la gloria del vino.

Y me has de perdonar, pero a la hora de redactar tu saludo, caigo en la tentación de mis recuerdos, en removerlos para encontrar cuándo te conocí y cuándo nace nuestro vínculo. Probablemente, al venir yo al mundo a finales de un mes de agosto, de los primeros olores que percibí fueran los derivados de tu nacimiento, en una Montilla cuyas calles palpitaban al ritmo de sus lagares, que llenaban el aire del olor y el sonido de tu milagro, una Montilla en la que hombres, bestias y máquinas se afanaban en tu creación.

 Después los primeros años de mi infancia, en los que viví en un lagar, rodeado de una familia entera que hablaba de tí, de las grandezas y de las miserias de tu mundo, una familia que vivía el vino generación tras generación, como muchas otras familias Montillanas.

Y mi adolescencia, en la que mi padre me inició en el cultivo y la elaboración. Y un día, mi tío Santiago me desveló todo lo que podías llegar a ser, con el tiempo y la paciencia necesarios, al enseñarme en una oscura bota de una bodega cuál era el mejor, qué te hacía diferente.

Pero aún no, los lazos no eran firmes todavía, en cierto modo eras algo casi impuesto y poco más que una moneda de cambio para pagar algunos gastos extraordinarios. Fue más tarde cuando, casi sin darme cuenta, me terminaste de cautivar: ya no eras algo ajeno, ya tenías parte de mi sudor y de mi esfuerzo, entrabas en mis risas y mis deseos, ya eras algo mío también. Y así, ahora te llevo metido en mis venas, en mi memoria y en mi alma, pues aunque mis derroteros profesionales me vinculan más a la agricultura que al lagar y la bodega, no puedo dejar de sentirte, y cada septiembre notar el cosquilleo propio que anuncia la vendimia y el mosto nuevo, el pie de cuba, la fermentación, los rocíos, el mimo y el cuidado de la elaboración, tinaja por tinaja, en esa forma artesanal de controlar la temperatura y concentración de levaduras. Y por fin el nacimiento, el milagro del vino. Todavía tengo la suerte de ver y acompañar a mi padre en el rito de tus últimos cuidados: limpiar la superficie con el cedazo, la boca de la tinaja, oler y escuchar los últimos latidos de la fermentación y, cuando ya “te ves la cara en el caldo”, colocar el toque de refinamiento de mi padre al fecundar, con una caña impregnada en velo de flor de una bota seleccionada, la superficie del vino para así adelantar la formación natural de ese velo de levadura en cada tinaja. Y después el silencio, la oscuridad y la calma sólo interrumpida por el trasiego necesario para pasarte a “barro seco” y de nuevo el esmerado ritual: la caña y el velo de flor. Ya estás listo, ahora la pipeta, el serpentín y los demás útiles de laboratorio determinarán tus otras cualidades, pero para el Elaborador, tu Hacedor, como un hijo más, sólo serás de nuevo ese fruto de su esmero, de sus cuidados y anhelos, y soportará con cariño tus defectos y se verá reflejado en tus virtudes.

Te conozco bien, he visto a los hombres podar uno a uno los sarmientos de la vid, he visto caer el cielo y la tierra hincharse, y brotar y fecundarse los racimos. He visto el esfuerzo, el arte y el conocimiento ancestral de generaciones que encierra el cuidado y obtención del fruto de la vid, de ésta vid Pedro Ximénez que tan bien conocemos, hasta el punto de seguir los cauces de sus venas para no malograrlas con un corte inapropiado o de velar por la sombra y aireación de cada racimo para que alcance la plenitud de su madurez. Y también conozco a tus hermanos mayores, quienes, como tú, un día fueron paridos en un lagar y después criados y educados en una bota de roble para deleitar a los que saben deleitarse con ellos.

Y ahora permíteme, amigo mío, en la intimidad de esta bodega, que te nombre tu linaje, pues ya te digo no eres fruto fortuito y caprichoso: has nacido en la Sierra de Montilla y tu verdadero Hacedor es mi hermano, Santiago Jiménez del Pino, que siguió con la elaboración como le han enseñado mi padre, Emilio y mis tíos, Rafael y Santiago Jiménez Panadero, que a su vez elaboran en los Lagares de “La Primilla” y ”Los Raigones”. A ellos los enseñó mi abuelo, Santiago Jiménez Arragoeta, que hacía vino en el hoy derruido “Lagar del Cerro”, y a él lo inició su suegro y mi bisabuelo, Rafael Panadero Muñoz, que lo hacía en el “Lagar del Juez”, donde hoy sigue haciendo vino mi tío, José Espejo Panadero. También tienes parientes más dulces en Montalbán donde mi primo, Manuel Luis del Pino Espejo, continúa la tradición de su padre, Luis del Pino Nieto, que la aprendió de mi abuelo Manuel del Pino Cañete. Esa es tu casta y tu linaje, que te nombro no para que te vanaglories ni endioses, sino para que la conozcas y la honres, para que vayas con la cabeza alta porque, tras de ti, hay lo mejor que te pudieron dar, no sólo estos que te nombro y otros más que hoy también continúan, sino tantos hombres y mujeres anónimos que han hecho posible que hoy seas y estés aquí.

Pero no te engaño, ahora las cosas no son fáciles, tu color ha caído en desgracia, la nobleza de tu cuna no te precia y cada vez somos menos los que valoramos lo que eres capaz de ser. Tenemos que conformarnos con tu juventud, brillante y alegre, en vez de saborear la plenitud y complejidad de tus aromas adultos. Antes nacías predestinado. Las botas de roble en la semioscuridad y silencio de las bodegas te estaban esperando deseosas de educarte, de moldearte, bajo la sabia mirada del capataz, e ibas pasando las pruebas de las criaderas hasta que, un día, alcanzabas la solera, donde entregabas todo lo diferente que hay en tí, y ya maduro te devolvían de nuevo al hombre. No todos servían para esto, otros quedaban en el camino, sin cubrir las expectativas que sobre ellos se generaron, sin alcanzar la finura y generosidad deseada. Y los de tu linaje sí, erais los elegidos para unos hombres diferentes, con tiempo para hablar, para escuchar, para oír el silencio de sus propios pensamientos.

Algo ha cambiado, ahora tú, que posees la virtud de transformarte en joven y ligero, con tus características varietales,  en fresco con los aromas de la fermentación aún presentes, en fino bajo un velo de flor que la Naturaleza creó para tí, en dulce más exclusivo si cabe por nuestro sol y tu casta, en amontillado y oloroso, verdaderas joyas de la oxidación, en abocados creams e incluso en fragante y complejo vinagre, no nos bastas y es que, probablemente, te estamos pidiendo que seas tú quien pagues nuestros propios errores.

Deberíamos ser radicales en nuestro vino y no sólo pedirte con orgullo, sino exigirte y exigirnos lo mejor de cada una de tus formas, con la conciencia clara de que así defendemos nuestra identidad, y ese algo diferente que nos hace unirnos en igualdad de condiciones a los demás.

Vamos sucumbiendo a una reestructuración que nos va desposeyendo de parte de nuestra cultura, cultura que ya habíamos rechazado. Habrás de compartir terrón y tinaja con otros de nombres ajenos, de colores diferentes y, como en todo paso evolutivo deberemos canjear parte de nosotros en aras del progreso. Que así sea, así se escribe la Historia, palabra a palabra, párrafo a párrafo y hoja a hoja, a golpe de algo que se va y algo nuevo que viene a suplirlo. Y podrás quedarte solo, completamente solo ..., con la soledad de los elegidos. Y las modas cambiarán y los hombres también y, quién sabe si otra vez serás valorado y preciado, y todo lo que hoy no vale la pena se convierta en la joya que estoy seguro que es: cepas en vaso de la variedad Pedro Ximénez, con poda corta al estilo de Montilla, viñas mimadas con más de 80 años, de marcación irregular a dos varas cultivadas sobre suelos profundos frescos y pobres, hombres que entienden de corrientes y de yemas, lagares pequeños que vendimian sólo sus propias uvas, con fermentaciones controladas a fuerza de rocíos, en tinajas pequeñas con entarimados de madera, botas de roble americano de exquisito envinado en las que se combinan sabiamente el Moriles Alto con el Sierra de Montilla.... .Y que mis hijos, Emilio y Candelaria, puedan conocer, por algo más que un museo o un relato cansino, la nobleza de tu estirpe y lo que los hombres fundieron en ti.

Pero ahora no es el momento del desánimo, es más, no es ya ni siquiera el momento de mis palabras, es el momento de que seas tú, que eres el verdadero protagonista, el que hables, el que nos vayas susurrando al oído, sorbo a sorbo, palabras de amor y de amistad, de pasiones y sentimientos, de risas y también de llanto, que vayas desvelando, a fin de cuentas, todos y cada uno de nuestros secretos.

Ya sólo me resta saludarte, dándote la bienvenida con la reverencia y respeto que tu linaje merece:

Bienvenido, Hijo de la Vid, Príncipe de la Sierra, Rey de las Soleras, te deseo lo mejor. Que así sea

 

En la Cañada Navarro a 28 de diciembre de 2002.